“LA ÚLTIMA CURVA”Por David Landazabal- Vicepresidente de STOP ACCIDENTES defensor comprometido de la seguridad vial que, tras experiencias personales, me dedico a concienciar sobre la importancia de la responsabilidad al volante.
Madrid 23/4/25
EL DÍA DE LA MARMOTA: REINCIDENTES, SUSTANCIAS Y SILENCIO INSTITUCIONAL pdf
Hay un fenómeno que se repite con una regularidad tan fría como inaceptable en nuestras carreteras: conductores que, una y otra vez, se ponen al volante bajo los efectos del alcohol o las drogas. Algunos lo hacen sin carné, otros con antecedentes penales, muchos con un historial tan largo que debería haber sido más que suficiente para que no volvieran a conducir nunca más. Pero lo hacen. Y lo peor es que lo saben.
Hablamos de los reincidentes. Conductores que no han tenido un “despiste”, ni un “mal día”, sino que deciden conscientemente jugar con la vida ajena. Porque pueden. Porque el sistema se lo permite. Porque las administraciones, que tienen la competencia y las herramientas, no las están utilizando.
Mientras tú y yo revisamos la presión de las ruedas antes de salir o nos abrochamos el cinturón como un gesto automático de responsabilidad, ellos se sirven la última copa, se colocan, suben al coche y se lanzan a la carretera como si nada. El problema es que no van solos. Van con nosotros. Y con nuestros hijos.
Y la respuesta institucional, año tras año, es una mezcla de pasividad, burocracia y justificaciones vagas. Nos hablan de campañas de concienciación, de radares, de estadísticas que mejoran “a largo plazo”. Pero no hay un sistema real de seguimiento de reincidentes, no hay penas ejemplares, ni un control riguroso sobre aquellos que ya han demostrado que no respetan la vida. La reincidencia en delitos contra la seguridad vial es una realidad alarmante, y sin embargo, parece invisible a ojos de quienes podrían frenarla.
Porque sí, los datos están ahí, gritando en silencio. Más del 50% de los conductores fallecidos en siniestros viales dan positivo en alcohol o drogas. Muchos de ellos ya habían sido sancionados antes. Algunos incluso habían estado implicados en siniestros previos. Y sin embargo, ahí estaban: en la carretera, al volante, como si nada.
¿Y qué pasa después? Pues lo de siempre. Tragedia. Dolor. Portadas durante dos días. Palabras de condolencia y silencio administrativo. Hasta la próxima víctima. Es el día de la marmota versión tráfico: todo se repite, salvo la respuesta política.
¿Qué tiene que pasar para que la reincidencia en delitos viales se tome tan en serio como en otros ámbitos? ¿Por qué seguimos tolerando que quien ha demostrado desprecio por la vida ajena siga teniendo acceso a un vehículo? ¿Por qué seguimos sin un registro estatal y operativo de reincidentes? ¿Por qué no se invierte en vigilancia humana, en juzgados especializados, en penas proporcionales a la peligrosidad social de estas conductas?
Se nos llena la boca hablando de seguridad vial como “una prioridad”, pero a la hora de la verdad, la lucha contra la violencia vial está desapareciendo de la agenda política. Porque sí, lo llamemos como lo llamemos, esto es violencia. Y los reincidentes no son simples imprudentes: son violentos habituales a los que el sistema les permite reincidir.
La conducción bajo los efectos del alcohol o las drogas no es un error: es una decisión. Repetida. Consciente. Y cuando se repite, se convierte en una forma de violencia normalizada, casi tolerada por la inacción de quienes deberían protegernos.
No puede ser que las víctimas sigan siendo las únicas que pagan las consecuencias, mientras los culpables reinciden y las instituciones se excusan. No puede ser que se castigue más al que aparca mal que al que reincide en conducir borracho o drogado.
Nos enfrentamos a una dejación institucional. A un abandono. A un sistema que ha aceptado perder vidas como parte del coste de la movilidad. Pero la movilidad es un derecho solo si se garantiza también la vida. Y ya es hora de exigir que se actúe con el mismo rigor que se exige en otros ámbitos de la seguridad pública.
Falta decisión. Falta valentía. Y falta respeto hacia quienes ya no pueden levantar la voz para exigir justicia. Porque los muertos no votan, pero sí merecen memoria. Y quienes aún estamos aquí, también merecemos vivir sin miedo a compartir la carretera con quien ya ha demostrado que no debería estar ahí.
La violencia vial no se combate con eslóganes. Se combate con acción. Y eso, hoy por hoy, sigue brillando por su ausencia.
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