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DOS ARTICULOS DE JESUS VICENTE AGUIRRE

    Sonsonete con estribillo

    Circulación uno. La carretera nacional es tuya.

    Cuando éramos pequeños (o sea, hace muchos, muchos años) y en las excursiones se cantaba, uno de los temas preferidos y más repetidos se lo dedicábamos precisamente al conductor. Era, por cierto, un prodigio de inspiración y sensibilidad. Para aquellos que no tuvieron el placer de entonarlo, he aquí el texto de aquella utilitaria melodía: Por favor conductor meta marcha, meta marcha, meta marcha. Por favor conductor meta marcha, meta marcha señor conductor. Ante aquella festiva sugerencia, el hombre sentado al volante, sonreía, tocaba el claxon y, algunas veces, aceleraba un poquito entre la algarabía de aquellas pobres generaciones que aún no habíamos descubierto lo que se disfruta y conoce viajando en autobús con el vídeo puesto y las cortinas echadas.
    Con aquellas experiencias infantiles y la aceleración técnica que nos mantenía en vilo, es normal que llegáramos a la veneración del automóvil, el nuevo becerro de oro disfrazado de “seiscientos” (por canciones que no quede: Adelante hombre del seiscientos / la carretera nacional es tuya, Madres del Cordero “dixit”), o de “dodge dart”, en el extremo opuesto, opulento y exótico de la escala.
    Y así esta España mía, esta España nuestra de los mil demonios que cantaran bardos y poetas, encontró una fórmula feliz para seguir en guerra consigo misma, sin bandos ni trincheras ni retaguardias. Sonaba el pito del recreo y todo el mundo (al principio eran menos) se lanzaba a la carretera a disfrutar del fin de semana o de las vacaciones, que se fueron alargando y extendiendo por días y millones de personas. Y el “parque” nacional, que se salía. No, aquí el parque no era lo verde, era el número de utilitarios que puestos uno después de otro formaban una escala de babel que te podía llevar al infinito sin billete de vuelta.
    Entonces venía lo de anchar las carreteras para que cupieran más coches, y mejorarlas para “meter marcha”. Sobre todo venía el resumen semanal. Veinte, treinta o cuarenta muertos, no se cuántos cientos al mes, varios miles al año. Muchos miles. Una guerra incivil (como lo son todas las guerras) en las que nadie sabe quién es el enemigo. Ni el amigo. Sólo hay coches que van y vienen, casi siempre, pero que en ocasiones se enfrentan, se topan, vuelcan, se caen y se quedan quietecitos. Hasta que las sirenas de la policía y las ambulancias asustan a los pájaros y las amapolas enrojecen aún más. (Lo cierto es que este grano en el culo del progreso motorizado se da en mayor o menor medida en todos los países del mundo, especialmente por la parte más desarrollada).

    En esta historia en la que todos podemos ser  víctimas o verdugos, oficiamos además de consentidores y  pecamos de insensatos e irresponsables. No es lo malo (que lo es) ser el siguiente de la lista, es casi peor que no le demos importancia. Que no hagamos un minuto de parada cada vez que alguien se eterniza en el asfalto.
    Bienvenidas sean, por tanto, las medidas que frenen los accidentes de automóviles, ya que no parece posible frenar su producción. Vengan air bags, ABS y abeloquesea. Vengan spots televisivos, puro gore, más tricornios, cinturones y puntos. (A mi todos los cinturones me parecen bien, menos los de acero y los de castidad. Así que hago el firme propósito, una vez más, de llevarlo puesto incluso en la ciudad. Igualmente estoy dispuesto a coleccionar puntos como cromos y no perder ninguno por la cuenta que me trae. Que nos trae a todos). Sitio, sobre todo, para el sentido común, para la ida y la vuelta. Para las personas, que están por encima del coche (y habitualmente por dentro también). Para la vida en definitiva.
    Pero con todo y con eso, no sólo de pan vive el hombre. Y yo no quería hablar solamente de conductores, que lo somos casi todos. Quería hacerlo también de los peatones, que esos sí, lo somos todos.
    Eso será la próxima semana.

            Jesús Vicente Aguirre González, escritor y conductor.


    Conducción dos. Peatones al poder.

    No sólo de conducir vive el hombre, eso es sólo una cara de la moneda, la B, la otra es como más universal y cotidiana, la cara A, con la efigie de una persona, de un paseante o viandante, de un peatón en definitiva, en su centro. Porque para él se dibujaron los mapas, y se pintaron casas, calles, caminos y carreteras. Para los peatones primero. Que conductores somos muchos, pero peatones somos todos.
    Y ahí tenemos las avenidas, los bulevares, los semáforos, hasta los pasos de cebra, que algunos otros animales no respetan. (En el contorno ciudadano hay muchos burros parapetados dentro de su automóvil).
    Así que algo más habrá que hacer. Por ejemplo en mi barrio. (Por cierto en mi barrio estamos empeñados en muchas cosas. Y, como es normal, en algunas no llevaremos razón y en otras puede que no estemos todos de acuerdo. Vale). Pero hay un asunto que nos trae a mal traer. Y es éste del tributo ciudadano ante esos animales motorizados.
    Pero no, no digo cuál es mi barrio porque ahora que me acuerdo, mi barrio en cierto sentido es toda la ciudad, toda ciudad, todo pueblo y aldea pegada a una o muchas carreteras, a sus calzadas, a sus calles. Con rotondas y limitaciones de velocidad. Pero no vale, no parece que eso sea suficiente. Lo que se demuestra cada tanto tiempo con visitas al hospital y hasta alguna esquela que otra que pagan y sufren algunos viandantes. Que no, que no vale. Y a la espera de la conciencia universal que los humanos debemos tener, y sobre todo mostrar, respecto a las cosas de todos (empezando por la vida propia y la de los demás y acabando por asuntos tan triviales como la limpieza y cuidado de los espacios y materiales comunitarios), la autoridad competente a veces e incompetente en ocasiones, debía establecer campañas y reglas muy precisas para esto de andar y cruzar las calles. De inmediato, y algo se está haciendo en este sentido, elevando los pasos de cebra para que los coches refrenen sus impulsos (quizá no tan altos como los de Nájera, pero algo más que los de la Universidad, los de Alfaro pueden ser un buen ejemplo).


    Quede claro que quien esto escribe no aspira a dar clases de conducción, paradiñas incluidas, a nadie. Se limita a hacerlo lo mejor posible y aprender un poco más cada día, como en casi todo lo demás. Eso sí, como a otros muchos, le jode que la gente se quede en la carretera, y que los burros no respeten a las cebras. Y por ello levanto una bandera. La del viandante. La ciudad es de los peatones y para los peatones. Los demás que esperen, que frenen, que paren, que desmonten o que aparquen.

            Jesús Vicente Aguirre, escritor, conductor y viandante.

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